jueves, 21 de enero de 2016

One-Minute Challenge

Original de Melissa Butz en lifeteen.com
traducido por @PaterAbraham
   Hace poco tuve una conversación con mi mejor amigo sobre la oración. Fue algo así: "¿Cómo es posible que haya gente capaz de rezar una hora entera? ¿Qué diablos es lo que tienen que decir durante todo ese tiempo? Yo doy gracias, rezo por mis amigos, y por mi familia, y ya está, termino. ¿Espera Dios que le hable durante toda una hora?"

   Jaja, no, por Dios, ¿¡¿te lo imaginas?!? 
Sería como una mala cita en la que uno intenta rellenar los silencios incómodos balbuceando frases sin sentido. No te preocupes, a Dios no le incomoda el silencio; de hecho, ¡le gusta!



   Imagina que quedas con un amigo y estás toda una hora hablando sin parar, sin dejar a tu amigo decir una sola palabra. Así nunca podrás conocer a la otra persona, sus pensamientos, sentimientos, ni siquiera lo que piensa de lo que le estás contando. Sería una relación aburrida, unidireccional, y se perdería rápidamente, porque, sencillamente, no tendrías una "relación" con tu amigo, sino solo contigo mismo.


   Los silencios son cada vez más incómodos en este mundo nuestro, en el que sacamos el móvil para fingir que escribimos o leemos un mensaje y así evitar el silencio incómodo de un ascensor, o en el que encendemos la televisión solo para que haya ruido de fondo.


   El motivo por el que algunas personas son capaces de rezar 1, 2, ó 3 horas es porque no están hablando todo el tiempo, sino que, además, ¡están ESCUCHANDO! Pero este tipo de oración, créeme, no es fácil ni cómoda, sobre todo al principio. Se necesita práctica.


   Bueno, ¿cómo se practica?


   Elige un día y plantéate hacer un minuto de silencio; luego, al día siguiente, añade un minuto; y otro el día después, así hasta que tengas siete minutos al cabo de una semana. Tal vez necesites quedarte en esa marca de siete minutos durante un par de semanas, o tal vez te encuentres cómodo y puedas ir añadiendo más tiempo. Depende de ti. 



   Yo empecé muy poco a poco. Recuerdo cómo, infinidad de veces, de camino al trabajo, apagaba la radio y permanecía unos minutos en silencio. Al principio era solo por unos segundos, y luego fui ampliando el tiempo poco a poco, hasta que fui capaz de abrir mi corazón y mis oídos a Cristo y conseguí llegar a 30 minutos. No fue fácil, y muchas veces me distraje enciendo la radio de nuevo, pero no hay más que tener una convicción firme, para apagarla de nuevo y seguir intentándolo.

   La conversación de la semana pasada con mi amigo continuó así: "¿Cómo puede la gente realmente escuchar a Dios o saber lo que quiere? Definitivamente yo no llego a ese nivel, es demasiado intenso y para santos. Dios a mí no me habla de esa manera."


   Lo más divertido de todo es que me di cuenta de que Dios ¡había estado intentando hablar conmigo toda mi vida! Pero yo tenía la música a todo volumen y no escuchaba su voz. Le expliqué a mi amigo que, al enfrentarnos al silencio, no seremos capaces de escuchar a Dios desde el primer momento, ni durante la primera semana o, incluso, durante todo un año. Pero, con la práctica, empezamos a ser conscientes del "sonido" de su voz y la paz que nos trae. Además, es bueno recordar que Dios escucha nuestros esfuerzos, aun cuando nos parece que no estamos avanzando nada.  


   Uno de mis santos favoritos, el Papa Juan Pablo II, decía en en su libro "Cruzando el umbral de la esperanza" que "el hombre alcanza la plenitud de la oración no cuando se expresa, sino cuando deja que en ella Dios se haga más plenamente presente." 


   Te reto a empezar hoy con tu minuto de silencio. Pero no lo hagas cuando estés en clase, o en el bus con sus amigos; busca un lugar tranquilo, sin distracciones. Sí, al principio cuesta y es incómodo, pero Cristo ya te está esperando en ese silencio para susurrarte al corazón. Solo tienes que ponerte los auriculares el tiempo suficiente como para escucharle.

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