Original de Sarah McMahon publicado en lifeteen.com
Lo has conseguido. Has superado la selectividad, te has matriculado, y has conservado la cordura. Te has graduado y ahora eres... ¡universitario!
Ya eres mayor de edad, estás en el campus, tiempo de libertad, buena comida, nuevos amigos y... apologética. No, no apología. A-po-lo-gé-ti-ca. La defensa de tu fe.
Yo no me esperaba ser cuestionada en la fe, salí confiada de la seguridad de mi escuela y de mi ciudad natal en busca de una nueva aventura. Y es que me había matriculado en una universidad católica, donde se supone que habría un ambiente de fe, ¿no?
Error. Mi fe fue cuestionada no sólo por otros estudiantes, sino también por los profesores. A veces se sentía como si yo fuera la única católica en la clase. Era la primera vez que estaba ante personas que ponían a prueba mis creencias y ante las que tenía que argumentar mi fe. Fue realmente difícil llegar a tener el valor de hablar en aquellas circunstancias. Me encontraba muy intimidada.
Porque ¿qué puedes hacer cuando tus amigos dicen que tu Iglesia los odia? ¿y cuando te sientes solo porque estás lejos de tu casa y de tu comunidad católica y no aparece nadie que te apoye? ¿y cuando incluso los profesores de teología no están de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia?
Bueno. Primero no te asustes y, segundo, sigue leyendo.
Aquí te dejo cuatro cosas que aprendí cuando me encontré con estos baches en mi camino de fe en la Universidad:
1. Recuerda que no estás solo
Tu catequista de la parroquia, o tu sacerdote de siempre, no deja de ser tus referentes cuando te vas a la universidad. Hazles preguntas. Que te aconsejen materiales buenos para formarte, y que te expliquen la enseñanza de la Iglesia sobre esos temas en los que tienes dudas, y que recen por ti. ¡Al principio yo llamaba a mi catequista una vez a la semana! Me dio buenos consejos y sabiduría, y me ayudó a argumentar y defender mi fe. Si estás, como yo, lejos de tu ciudad natal, busca a alguien cerca para que te pueda ayudar más en directo. Busca una comunidad o parroquia o sacerdote de referencia cerca de ti. Me llevó casi dos cursos encontrar un director espiritual y, cuando lo hice, hubo mucha diferencia. Ha sido muy importante en mi crecimiento espiritual: te recomiendo encarecidamente que te rodees de buenos mentores.
2. Saber cuándo hablar y cuándo callar.
Es importante reconocer que, si bien sus palabras pueden ayudar a la gente a entender, también pueden hacer que la gente se aleje de ti. Cuando mi profesor estaba enseñando cosas locas sobre la Iglesia en clase, tuve que aprender cuándo hablar y cuándo callar. Sabía que si levantaba la mano para desafiar todo lo que el profesor decía, mis compañeros de clase se molestarían y me cogerían manía.
Lo que yo hice fue aliarme con algunos compañeros de clase que descubrí que tampoco estaban de acuerdo con ciertas afirmaciones de este profesor, y organizamos turnos para hacer preguntas, cuestionar algunas de sus afirmaciones, y permanecer en silencio. Todo salió muy bien, y la gente de clase nos respetaba y respetaba nuestras cuestiones. No evites defender tu fe por miedo al qué dirán o porque no sabes bien qué enseña la Iglesia. La mejor manera de de aprender a defender su fe es defendiéndola. Investiga, busca, pregunta, y confiar en que Dios proveerá las palabras en el momento que necesites.
3. Si no te gusta algo, cámbialo.
Como decía antes, cuando llegué a la Universidad me sentí totalmente sola en la fe. ¡Pensé que no había nadie! Hasta que empecé a ir a misa todos los días y a encontrarme allí a algunos compañeros. Así es como nuestra comunidad católica empezó a crecer. Pero queríamos más. Entre un compañero y yo comenzamos una pequeña comunidad de jóvenes. Pero esto no se hace de un día para otro. Llevó tiempo, trabajo y, sobre todo, oración.
3. Reza, disfruta, y no olvides quién eres.
Una vez escuché a un sacerdote decir esto en una misa, y me encantó. La oración es absolutamente esencial. Es importante reconocer que la relación con Dios requiere trabajo, tiene que ser cultivada. Y eso se hace con la oración. Hay que hacerse una rutina, colocar la oración en el horario, ir a la capilla, y participar en la misa siempre que se pueda (y sin falta los domingos), e incluso es bueno ponerse fecha para la confesión.
¡Y no olvides también divertirte! Elegir no ir a ciertas fiestas no quiere decir que no te lo vayas a pasar bien en la universidad con los amigos. Muchas universidades organizan actividades alternativas a la bebida. La mía organiza pases de películas y muchos otros eventos. ¡Una vez montaron una pista de patinaje en la sala de conferencias! Además, la ciudad no está lejos de mi residencia universitaria, así que muchas veces nos vamos allí a cenar y a explorar nuevos lugares. Y, bueno, ahora empiezo el último curso y todavía quedan muchas cosas por hacer.
Y, por supuesto, no olvides quién eres. En la Universidad es muy fácil dejarse llevar y cambiar con tal de encajar. Pero no hace falta. Eres creatura de Dios, eres su hijo amado. Esa es su identidad y nada puede cambiarlo. Cuando te veas cuestionando por haber elegido esta carrera, o por ser creyentes, o por qué amigos tienes, o por cómo vistes, ten la tranquilidad de que tu identidad, es inmutable. Dios siempre te reclamará como su amado.
La universidad es un tiempo maravilloso y se pasa muy rápido (todavía no me creo que esté en el último curso). Si pudiera cambiar algo, sería que no he disfrutado lo suficiente, como ahora sí está sucediendo.
Asegúrate de vivir las pequeñas cosas y mantén los pies sobre la tierra. No te preocupes demasiado por lo que vas a decir o hacer cuando te desafíen en la fe. Solo debes estar preparado y recordar que Dios no te dejará solo.
En serio, se te ha dado genial y es increíble que hayas logrado estar donde estás. ¡Disfruta de tu primer año de universidad!
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