Artículo original de Katie Heller en Lifeteen.com, traducido y adaptado por @PaterAbraham
La primera vez que sentí algo parecido a estar enamorada, con "mariposillas" en el estómago y todo, fue cuando tenía 8 años. Su nombre era Matt. Recuerdo haber escrito su nombre cientos de veces y rodearlo de corazones en el cuaderno de ejercicios de ortografía. También recuerdo que luego lo borraba todo rápidamente para que no lo viera ninguno de los que estaban conmigo en la mesa. Yo sentía que aquel niño rubio sería mi único y verdadero amor por siempre jamás.
Desde aquella especie de primer amor, he ido creciendo y lo he vivido de muchas formas diferentes. He sido sólo expectadora, y también protagonista. Lo he recibido, y lo he dado. He llegado a odiarlo, y lo he deseado. He dicho "sí" en el sacramento del matrimonio y, sin embargo, tengo todavía mucho que aprender.
Esta semana celebramos a San Valentín, un día en el que es tradición verse rodeados de flores, propuestas de matrimonio, citas caras, cajas de bombones con forma de corazón, colonias, y... mucho amor. Ahora podría hablar de quién era San Valentín (y quién no), pero de lo que tengo ganas es de compartir una pequeña reflexión sobre lo que el Señor inspiró en mi corazón sobre el amor.
Seguro que a todos os suena ese famoso pasaje sobre el amor que escribió san Pablo: "El amor es paciente, es servicial, no tiene envidia..."(1ªCorintios 13, 4-7). Pues cuando estaba rezando con ese texto, el Señor hizo que se me quedara una frase en el corazón: "Si no tengo amor, no soy nada"(1ªCorintios 13, 2-3).
Y te preguntarás: "¿Eso significa que si no estoy total y perdidamente enamorado del chico o chica de mis sueños, no soy nada ni mi vida tiene sentido?, ¿significa que si no tengo ya fecha de boda me quedaré solo resto de mi vida?, ¿significa esto que si nunca he tenido novio algo va mal y nadie me va a querer?"
No. No quiere decir nada de eso. Respira tranquilo y relájate. Lo que creo que el Señor está diciendo es que conocer el verdadero amor es conocer a Dios. Siempre he estado buscando el amor en otras personas y, a menudo, en mis relaciones he buscado aceptación y satisfacción. Pero cuando me volví a acercar a Dios con la oración y los sacramentos, pude comprender lo mucho que me ama. Cuando me hago consciente (con la cabeza y el corazón) del gran amor que Dios me tiene, dejo de ser nadie, para pasar a ser alguien importante: soy hija de Dios. Le pertenezco. El amor de Dios no es algo que tenga que ganarme o intentar poseer, sino algo que recibo como regalo. Cuando dejo que Dios me ame de verdad, incluso con esas cosas que más me avergüenzan, entonces soy llevada a la plenitud de la vida (Jn10,10).
Tanto si vas a vivir un san Valentín especial o como si no, reserva un tiempo esta semana para dar gracias a Dios por el hermoso regalo de su amor y pedirle que te enseñe a reconocerlo. Pídele también que te muestre qué personas necesitas amar mejor. Haz un esfuerzo para intentar cambiar las cosas. Dedica un tiempo de calidad a rezar con el texto de san Pablo sobre el amor (1ªCorintios 13, 1-13) y deja a Dios que te desafíe mostrándote su perspectiva del amor, para que cambie la tuya. Por último, recuerda que Dios está locamente enamorado de ti. Dios te conoce como nadie, y nunca te dejará. Tiene un Dios cuyo amor te hace a alguien.
Feliz Día de San Valentín.
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