jueves, 2 de julio de 2015

¿La Iglesia odia a los "gays"?


original de Cristina Mead, publicado en lifeteen.com
traducido y adaptado por @PaterAbraham

     Nota de @PaterAbraham: Aunque los términos "gay" y/o "homosexualidad" son amplia y popularmente utilizados (y se utilizan en este artículo), la Iglesia Católica nos anima a utilizar la expresión: "atracción hacia personas del mismo sexo". ¿Por qué? Pues, primero, para no poner etiquetas y salvaguardar la dignidad de la persona, cuya identidad y valor no se encuentra en su orientación sexual (CIC 2357-2358); y, segundo, porque hay "tipos" y "grados" en la homosexualidad (p.e: hay quien la "sufre", y hay quien la "disfruta"), así que, con la expresión "atracción hacia el mismo sexo", se pretende aglutinar a todo el espectro sin excluir a nadie.
     Dicho esto, la intención de este artículo (que coloco en nuestro blog -como otros temas de formación- con ocasión de la semana del "orgullo gay") no es reducir a una persona ni colectivo a su orientación sexual, ni condenar a nadie, sino proclamar la verdad de cómo está hecho el ser humano, y cómo quiere ayudarle y amarle Jesucristo por medio de la Iglesia. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero eso no significa que todo es igual. El Señor llama a todos al verdadero amor y felicidad, y a vivir la castidad (que no es más que ejercer la voluntad y la razón para no conducirse sólo con la pasión), independientemente de su "orientación sexual".


Rompiendo el mito
   ¿Sabías que la Iglesia no sólo no odia a los gays sino que, en realidad, los quiere y se preocupa por ellos? Incluso puedo asegurar que los ama mucho y de verdad. Espero que nadie te haya hecho creer otra cosa, porque, sinceramente, significaría que te han tomado el pelo.

   He oído a muchas personas atacar a la Iglesia por lo que dicen que dice sobre la homosexualidad y el matrimonio homosexual. Con este post me gustaría aclarar un poco las cosas. Ya sé que no todo el mundo a va estar de acuerdo, pero espero que todo el mundo entienda que la Iglesia sólo trata de iluminar y ayudar para que seamos santos, y que vela por todos nosotros para que encontremos una verdadera plenitud. Sí, a veces sus enseñanzas son difíciles de aceptar, pero vienen desde su amor de madre. Compréndelo. 


¿Cuándo va a entrar en razón la Iglesia
y aceptar el matrimonio gay?

    Bueno, pues... nunca. Verás, la enseñanza y el depósito de la fe de la Iglesia no pueden cambiar, no evolucionan, como creen algunos. La Iglesia, evidentemente, crece y evoluciona en las cosas más humanas, puesto que la formamos personas: no es lo mismo la vivir la fe en el siglo XI que en el siglo XXI, pero, eso sí, el contenido de la fe es exactamente el mismo.

    Dios nos hizo hombre y mujer, estamos sexuados por algo, y no está en nuestras manos cambiar lo que Dios ha establecido en el orden natural de las cosas, y que, además, así se ha entendido, transmitido, explicado y enseñado desde siempre en la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia.

   No suena políticamente correcto hoy día, pero hombre y mujer no somos iguales, no somos lo mismo. Sí, evidentemente, tenemos la misma dignidad y derechos, pero no somos iguales. Somos hombre y mujer, diferentes y complementarios, cada uno aporta algo distinto y único al matrimonio y a la sociedad. ¿Acaso no se puede diferenciar un hombre de una mujer? Sí, ¿verdad? pues eso es porque somos distintos. Es muy claro. Estas diferencias se complementan y ayudan a construir relaciones y matrimonios sanos y santos, tanto para la pareja como para los posibles hijos.

   A propósito de los hijos. Los niños son parte importante del matrimonio, no tienen porque darse siempre, pero es uno de sus frutos. Muchos creen que la Iglesia enseña que el matrimonio es para tener hijos y cuantos más mejor. Pero no es así. El matrimonio tiene como primer objetivo el bien de los esposos que se entregan y complementan por amor; su segunda finalidad es el dar fruto, que puede ser de muchos tipos, siendo el más evidente e importante el de los hijos, donde se "materializa" y se ejerce el amor. Cuando una pareja tiene relaciones sexuales, ¿qué ocurre? pues que hombre y mujer se complementan perfectamente, se entregan total y mutuamente, se hacen una sola carne y pueden tener hijos (eso es lo que naturalmente puede ocurrir cuando una pareja tiene relaciones sexuales en esos cuatro o cinco días al mes de fertilidad de la mujer, ¿no?).

   Unión y bebés o, en términos más formales: unitivo y procreativo. Cuando se excluye una de las dos finalidades, se degrada la naturaleza de las relaciones sexuales. Si un matrimonio no pretende unirse por amor (unitivo, comunión, complementariedad), o si impide totalmente y de manera artificiosa la fertilidad (procreación, fructífero), entonces está degradando el sentido de su relación sexual, lo cual, aunque suene duro, los degrada también como personas. Lo que hacemos con nuestros cuerpos nos lo estamos haciendo a nosotros mismos. Somos cuerpo y alma inseparables; lo que hacemos con el cuerpo es importante para el alma .

   Si voluntaria y conscientemente excluyes el aspecto unitivo y amoroso del acto sexual al realizarlo, por ejemplo, con un desconocido, no solo estás violentando e hiriendo la dignidad de una persona, sino también la naturaleza y sentido del sexo.

   Si voluntaria y conscientemente excluyes el aspecto procreativo y fructífero del acto sexual mediante actos homosexuales o la utilización de contraceptivos, además de estar violentando e hiriendo la naturaleza y sentido del sexo, también estás hiriendo y violentando la dignidad de la persona. 

    ¿Por qué? Sencillamente porque estarías utilizando mal lo que eres y para qué existes. Pero, ojo, que esto es común a todo pecado ¿eh?, no vayas a pensar que esto sólo sucede con este tema. Lo único que pasa es que hoy hablo de esto en concreto. Cualquier pecado grave hiere nuestra naturaleza, nos aleja de nuestro bien, hiere nuestra dignidad y sentido, y va en contra de lo que Dios quiere para nosotros.

¿Me estás diciendo que los gays 
no pueden amarse?
    No, no es eso lo que estoy diciendo. La Iglesia nos enseña que dos hombres -o dos mujeres- no pueden amarse como se aman un hombre y una mujer. Podríamos intentar ignorar que somos hombre y mujer, excluyendo la diferenciación sexual al decir que "dos personas cualesquiera pueden amarse". Pero no es real. Somos hombre y mujer, y eso no es una convención social o cultural, sino un hecho natural que nos da identidad.

    Una pareja homosexual no puede amarse del mismo modo en que se ama una pareja heterosexual. Sí, podrán quererse mucho, pero nunca podrán estar presentes ni el aspecto unitivo ni el aspecto procreativo de los que he hablado antes. Su modo natural de amarse tendría más que ver con un amor de amistad o de fraternidad que con un amor conyugal.

   El problema hoy día es qué entendemos por "amor". El amor verdadero es querer siempre, bajo cualquier circunstancia, el bien de la persona amada antes incluso que el propio. Pero ¿cuál es el bien de la persona amada? Su felicidad, su verdadera plenitud, su santidad, la bienaventuranza eterna...

    Todos, absolutamente todos los que buscamos la santidad, es decir, imitar a Jesucristo, amar como Él ama, dejándonos hacer por la Gracia, estamos llamados a vivir una vida virtuosa en la castidad. Y vivir la castidad no es eliminar la la sexualidad de nuestra vida (sería también faltar a nuestra dignidad), sino dominarla y orientarla con nuestra razón y voluntad. Entendido así, y contrariamente a lo que muchos creen, la máxima expresión de amor por alguien es vivir la castidad, porque es cuando somos plenamente dueños de nuestras decisiones.

    Hay un documento (bueno, en realidad hay muchos) oficial de la Iglesia en EEUU que dice sobre la homosexualidad:
"Es de crucial importancia comprender que decir que una persona tiene una inclinación particular desordenada no es decir que la persona en su conjunto sea desordenada. Tampoco significa que ha sido rechazada por Dios o la Iglesia. A veces se malinterpreta o distorsiona a la Iglesia como si enseñase que las personas con inclinaciones homosexuales son objetivamente desordenadas, como si todo en torno a ellas fuese desordenado o se volviera moralmente defectuoso por esta inclinación. Por el contrario, el desorden está en esa inclinación particular, que no está ordenada hacia la realización plena de los fines naturales de la sexualidad humana. [...]
No sería juicioso que las personas con inclinación homosexual busquen amistad exclusivamente entre personas con la misma inclinación. Deben buscar formar amistades estables tanto entre homosexuales como entre heterosexuales… Una persona homosexual puede tener una relación permanente con otra persona homosexual sin expresión sexual genital. En realidad, la más profunda necesidad de todo ser humano es la amistad, no la expresión genital."
   Verás, el acto sexual no es pecado, no nos aparta de Dios, sino todo lo contrario. Pero cuando se utiliza mal, excluyendo alguna de sus finalidades, entonces sí se convierte en desordenado. Estamos llamados a amar bien, es decir, a amar como Cristo nos ama: de manera libre, fiel, fecunda y total. Y esto, hablando del amor en pareja, solo puede suceder en el Matrimonio (heterosexual, claro, que hoy todo hay que aclararlo). Cuando excluimos contra natura la fecundidad del matrimonio (p.e. en el sexo homosexual), estamos reduciendo el acto sexual en un mero ejercicio de placer, utilizándonos para ello el uno al otro como objetos.

   ¿El amor es solo el acto sexual? ¡no! Si una persona con atracción hacia el mismo sexo, simplemente pone en acción su deseo con una pareja, entonces no es una verdadera expresión de amor, pues no está cuidando el alma del otro. El amor no se reduce al acto sexual, es mucho más. Y el acto sexual no es simplemente un gesto de amor, es mucho más. Por eso, cuando falta alguna de sus características propias, decimos que no es auténtico o que está desordenado.

   En el caso de la homosexualidad, el acto sexual nunca puede ser verdadero y completo, pues faltan la complementariedad en la unión y la fertilidad. Nuestra sexualidad tiene sentido a la luz del sexo opuesto. Adán no encontraba sentido a su cuerpo hasta que vio a Eva (complementariedad, comunión) y supo por qué era así (fecundidad: "sed fértiles", Génesis 1:28).

   Alguien que siente atracción hacia personas del mismo sexo puede amar perfectamente, como otro cualquiera, y esto no tiene por qué materializarse a través en el acto sexual.

Eres un fanático intolerante: 
¿por qué odias los gays?
   ¿Que odio los gaysTengo amigos homosexuales así que, cuando me dicen esto, no puedo evitar reírme con incredulidad. La Iglesia Católica ama y acepta absolutamente a todos, porque todos somos hijos de Dios, hechos a imagen y semejanza de Dios. Todos tenemos nuestras luchas, inclinaciones, debilidades y pecados, y no por ello somos rechazados. Eso sí. Somos llamados a crecer, aprender y convertirnos. Claro que habrá personas en la Iglesia que "odian" a personas con atracción por el mismo sexo, pero esto no es lo que la Iglesia pide y enseña, sino solo lo que esa persona hace.

   La Iglesia nos ama mucho, como una madre. Puedes estar seguro de que cualquiera de las "normas" -que a veces malinterpretamos como "restricciones a nuestra libertad"- son para nuestro bien, para beneficio de nuestras almas, y para que encontremos nuestra plena y verdadera felicidad en el camino hacia el encuentro con el Señor.

   Es como cuando un padre le dice a su hijo "no salgas corriendo a la carretera detrás del balón" o "no te metas en la piscina después de comer". El niño puede enfadarse y pensar (¡e incluso decir!): "No me dejas hacer nada ¡te odio!". Pero sabemos bien que el padre no es un represor que quiera coartar la libertad de su hijo, sino que, simplemente, es un padre que ama y, precisamente por eso, pone reglas sabiendo qué es lo mejor para su hijo. Un padre o una madre no pueden mentir a su hijo y decirle que haga lo que quiera o, simplemente, no ponerle normas. Tienen que ejercer de padres.

   ¿Alguna vez has oído la frase: "Amar al pecador, odiar el pecado"? ¡¡Se refiere a todos!! Es la forma de ver a cada persona en la Iglesia Católica. Todos somos pecadores (de hecho empezamos cada Eucaristía reconociéndolo), todo esto no va solo por los que viven una atracción hacia las personas de su mismo sexo, es para todos.

   Puedo amar con locura y cuidar a alguien que vive, por ejemplo, una adicción a las drogas, pero eso no quiere decir que me guste lo que está haciendo y por eso haré lo imposible para evitar que siga haciéndose daño. Lo mismo para alguien que es un mentiroso. Igual para el que roba. Y para el que está enganchado a la pornografía. O para el corrupto. Todo pecado es nocivo e insalubre. Cada uno a su modo, claro, y cada uno con mayor o menor gravedad, dependiendo del caso.

    Todos cargamos con alguna cruz (CCC 2358). Todos tenemos algún pecado recurrente contra el que luchar. No debemos codiciar a alguien del sexo opuesto, del mismo modo que una persona con atracción hacia el mismo sexo no debe codiciar alguien de su mismo sexo.

    No odiamos a los homosexuales; amamos a las almas.

¿Los homosexuales van al infierno?
   Te puedo decir con absoluta certeza que nadie va al infierno por su "orientación" sexual. Todos fuimos hechos por y para Dios. Él ama a cada uno, pase lo que pase, y quiere que todos nos encontremos en el cielo con Él. Dios es todo amor y misericordia. Pero... esto no significa que da igual lo que hagamos. Dios es justo. Precisamente porque nos ama tanto, nos ha dado libre albedrío: somos libres de amarlo o de odiarlo. ¡Fíjate cuánto amor!

   Al infierno van los que optan, consciente y libremente, por dar la espalda a Dios, no aceptar su amor, no querer su misericordia, no arrepentirse ni volverse a Él ni siquiera en el último momento.

   Ser gay no es un pecado mortal; actuar como tal -sin reservas y con plena conciencia- sí lo es. Exactamente igual que ser heterosexual no es un pecado mortal, pero actuar de ciertas maneras sí lo es.

¿Pero por qué los gays no pueden comulgar?
    Una vez más: ser gay no es un pecado mortal que impida recibir la Eucaristía. Para acercarse a este sacramento rigen las mismas reglas que para cualquier persona: para comulgar hay que estar en  "estado de gracia". Es decir: hay que tener el alma en unas condiciones más o menos decentes que al menos cumplan el no tener ningún pecado mortal sin confesar, y mantener una buenas relación con Dios. Punto. 

    Si yo estuviera en pecado mortal no podría comulgar hasta no haberme arrepentido, propuesto cambiar y haberme confesado. Es lo mismo para todos. No hay reglas distintas según la orientación sexual de nadie. Respecto a la atracción hacia las personas del mismo sexo, lo que es un pecado que nos aleja de la Comunión del Señor, es el ejercer activa y conscientemente la homosexualidad.



¿Quieres saber más sobre el plan originario de Dios sobre la sexualidad? 
¡Echa un vistazo a estos blogs en lifeteen.com! (en inglés)

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